martes, 31 de diciembre de 2013

TENGO Y NO TENGO

Yo tengo y no tengo un zorrito despierto
que esconde en la arena mordiscos de almuerzo.

Y tengo y no tengo su andar en sigilo,
sus ojos de fuga, su pelaje vivo.

Y tengo y no tengo un zorrito andariego
que salta en la sombra del follaje nuevo.

Y tengo y no tengo un zorrito que guarda
en frescor de cueva las piedritas pardas.

Y tengo y no tengo un zorrito con sueño
que ovilla en su cola su cuerpo pequeño.

Y tengo y no tengo un zorrito dormido
que busca en el sueño un hueso perdido.


María Cristina Ramos
En Huellas de nieve;  origami, Natalia Mendez.




lunes, 30 de diciembre de 2013

Helecho de Navidad


En un macetón bermejito y descascarado de la galería crecía el helecho pluma. Manos hábiles y tiernas habían esquivado sus espinas para amurarlo. Su transparencia verde llegaba al techo, se extendía en alto y en ancho hasta parecer un árbol plano. Estaba entre las puertas del comedor y el dormitorio de mis padres. Al pie de él se sentaba el abuelo y, años después, los fines de semana, mi padre. 
Cada Navidad mi madre lo adornaba con globos de colores, de vidrio, tan frágiles, fina redondez que limpiaba con cautela año tras año; pocos se rompieron. Para llegar a lo más alto se subía a su sillón de totora -el que había heredado de la Unidad Básica desmantelada de apuro ante la oscuridad de la “Libertadora”-. Lo adornaba a primera hora de la mañana, luego de aprontar lo necesario para la comida, luego de poner a levar el pan dulce. Los más chicos agregábamos guirnaldas de colores, un Papá Noel de plástico, una estrella. 
Después, cuando los tíos volvían de trabajar ubicaban el auto cerca, en el patio de tierra, y giraban su potente reflector de casco niquelado hacia el helecho de Navidad. Quedaba en luz mientras cenábamos, mientras salíamos a conversar a la vereda, mientras recorríamos en bici parte de la cuadra. Luego los tíos apagaban el reflector, porque su luz era la misma que haría arrancar el auto al día siguiente.
No recuerdo haberme desvelado pensando en Papá Noel, sin embargo pasaba ratos en la sombra del patio mirando la luna, tratando de entender el dibujo de un burro, una madre y un padre llevando a un recién nacido por los caminos blancos. 
Nunca fueron impactantes los regalitos envueltos con papeles extraños que aparecían bajo el helecho. Pero el olor del pan y el mantel del festejo, el ajetreo alegre de mi madre y el brillo de su frente, las pequeñas palabras con que la asistía mi padre, el silbido misterioso de los tíos perdidos en las habitaciones, la intensidad de la luz en el atavío del helecho, el sonido de las cucharitas en los vasos rebosantes de fruta, me daban la certeza de que era un momento único. Único e intenso, y que sostenía algo que había que cuidar como la luz, para tener para las próximas fiestas.



María Cristina Ramos
24/12/13

viernes, 6 de diciembre de 2013

LA CIUDAD HUNDIDA

Con carga de antigua leña 
pasa el joven leñador, 
carro de niebla sin sombra,
niebla mojada de sol.

Recorre extraño camino,
piedra y agua, nieve y flor,
con un canto que se lleva
las llamitas de su voz .

Las ventanas están todas
como a medio despertar,
pero hay una en que lo espera
la dueña de su cantar.

Pero en el agua, en el agua,
bajo el aire de cristal.

Han sonado las campanas
con un son de manantial,
si vende toda la carga
ganará su descansar.

Novia imposible lo espera,
pensando en él tejerá,
con la danza de sus dedos
un camino en el telar.

Pero en el agua, en el agua,
bajo el aire de cristal.

Si el oleaje trae misterio
esa noche la verá,
pero tal vez todo sea
silencio y serenidad.

Ya poca leña le queda
dos puñaditos, quizás,
pero el aire sigue inmóvil
y perdida la ciudad.

Ayer la vio y era suya
la gracia de su mirar.
Ella bordaba un pañuelo,
labor de su soledad.

Pero en el agua, en el agua,
bajo el aire de cristal.

Dicen que no es de este mundo
la ciudad, vieja ciudad.
Está anclada en otro siglo,
nadie la puede habitar.

Pero él sabe que lo esperan
ojos de hondura sin par,
y si el misterio florece
en sus calles entrará.

Se queda a orillas del agua
y se alarga su esperar,
y se duerme junto al carro,
abrigado en su soñar.

Mientras tanto sobre el agua
resplandece la ciudad,
es visible, es invisible,
burbuja de irrealidad.

Por sus calles alguien viene;
es joven su caminar.
Halla al leñador dormido
y lo deja descansar.

En su frente posa un beso
leve cual la levedad
con que sus pasos dejaran
la orilla de la ciudad.

Duran poco los reflejos,
brizna de su eternidad,
y la ciudad se deshace
en un soplo de verdad.

Cuando el leñador despierta
descubre, para su mal,
un pañuelo de ala blanca
bordado de soledad.

Ella seguirá esperando,
él buscando seguirá,
pero amor que es de otro mundo
es difícil de alcanzar.

María Cristina Ramos
Desierto de mar y otros poemas


miércoles, 4 de diciembre de 2013

NIEVE

Este es solo un copo,
nievecita breve,
parece que flota,
parece que llueve.
El aire lo sopla,
la hoja lo bebe,
parece que canta
pero no se atreve.
Este es sólo un copo
de sueño de nieve,
lo guardo en mi verso
aunque no se puede.





Para Marina Fdez, Clara Wieck y otros amigos de Ushuaia.

lunes, 2 de diciembre de 2013

CAMINADITO DE LOS JUANES

Caminaba Juan,
caminaba Juana, 
todos los Juanitos,
que habían nacido
bajo de una piedra,
todos chiquititos.
Todas las mañanas
dibujaban soles
para sus caminos,
que eran siempre largos,
empezaban calmos
seguían tranquilos.
Todos los Juanitos,
caminaba Juan,
caminaba Juana,
jugando a la sombra
de los matorrales
de la mejorana.
Se enfermó un Juanito
y se fue de boca
sobre oscura piedra;
le alcanzaron agua
y una cataplasma
con hojas de hiedra.
Le subió la fiebre,
le subió el silencio,
le bajó la escarcha,
todos caminaron
hasta una salita
con urgente marcha.
Lo atendió un Juanote,
que usaba una lupa
y anteojos de aumento,
y lo vio muy grande
para haber nacido
el último invierno.
Le dio una pizquita
de ruda marchita
para el mal de ojos,
dijo que cumplieran
todos sus deseos,
todos sus antojos.
Y como lloraban
todos los Juanitos
por el indispuesto,
a aquel le brotaron
nuevos corazones
que eran sus repuestos.
Iban de regreso
los Juanes más grandes,
los Juanes pequeños;
yo los vi pasar
mientras caminaba
caminos costeños.
Caminaba Juan,
caminaba Juana,
todos los Juanitos,
que habían nacido
bajo de una piedra
todos chiquititos.

María Cristina Ramos
Caminaditos
Los Cuatro Azules
Madrid, octubre 2013

viernes, 29 de noviembre de 2013

PORTAL

En el bosque hay una hoja,
en la hoja hay un portal,
en el portal una oruga
que no puede caminar.
Tiene siete patas rotas
y otras siete sin andar,
se las gastó caminando
con zapatos de cristal.
Tira uno, tira otro,
tira cinco pares más
y en un suspiro le brotan
dos alas para volar
y un traje de mariposa
que se va, para olvidar
que en el bosque hay una hoja,
que en la hoja hay un portal
y en el portal una oruga
que no puede caminar.

María Cristina Ramos
En “Dentro de una palabra”



www.mundo-geo.es

viernes, 11 de octubre de 2013

LAS SOMBRAS DEL GATO

Cinco sombras tuvo el gato,
sólo una conservó.

Una saltó al minutero
y entró al bosque del reloj,
duerme en los zapatos viejos
con que el tiempo caminó.

Otra va de polizón
en un barco pescador
y pesca sombras de peces,
luces de pez volador.

La tercera busca estrellas,
va de terraza en balcón
para sumarle a su lomo
pelitos de resplandor.

Y la que falta es la sombra
que, cual viento corredor,
hace ya siglos que corre
tras la sombra de un ratón.

María Cristina Ramos



miércoles, 18 de septiembre de 2013

"En un claro del mundo"

Como parte del ciclo de Presentaciones, hemos llegado a Buenos Aires, este jueves 19 a las 15,15 horas en la Biblioteca Nacional.

¡Los Esperamos!


martes, 27 de agosto de 2013

LOS NIÑOS Y LOS DÍAS

De la guerra y otras infamias


Hemos andado siglos de extrañas travesías y ahí estaban los niños, quebrando el pesar de los días, alumbrando, señalando las bandadas, preguntando por los secretos de las flores y los misterios abstractos.
Hemos andado siglos de aventuras y descubrimientos, pasando junto a la obra de algunos gigantes de dulce corazón. Y ahí estaban nuestros niños.
Hemos conquistado desiertos y riberas, medanales y ciénagas, hemos bordeado el precipicio y hemos atravesado dunas. Y ahí estaban los niños. A veces colgados en la espalda de las madres que limpiaban las pisadas de los otros. Mirando de cerca el madurar de la uva, el resplandor de los libros, el amarillo de los maíces, el ácido verdor de las manzanas. Estaban en el fondo arenoso de los tazones de una leche no siempre cierta, en el fondo transparente del té demasiado acuoso para alcanzar los cumpleaños, en la complicidad de la tela que estiraba su fibra vegetal hasta cubrir la escasez y dar espacio para el salto.
Y al lado de su corrida y sus juegos de manos estaban las marcas de los otros, los gestores de la infamia. Los capaces de quebrar la historia de sus días, las diáfanas miradas, la cercanía del pan.
En el fondo de sus ojos los niños cantan, en el respirar de los días los niños aún cantan, aún se acercan a las mesas ajenas para ver cuánto han crecido, aún se trepan al nido del árbol para ver cómo es la vida desde una altura diferente. Aún siguen descubriendo sus manos trémulas como aves nuevas. En el fondo de sus voces existe aún la música, existirá siempre la música.
        Pero a veces hay que huir. Huir en largas caravanas donde algunos se convierten en recuerdos de arena, en largas caravanas para acampar en lugares extraños, en largos escondites donde  el agua no ha aprendido a llegar, donde  las rodillas  se vuelven transparentes a fuerza de hambre y de cansancio. Donde los ojos se hacen grandes, y crecen, exigidas por la nada, las pancitas. 
Pero a veces hay que refugiarse. Respirar un humo fétido y esconderse en refugios del subsuelo, del subsuelo del suelo, del subsuelo de todo lo esperado, del subsuelo donde resisten las raíces, del subsuelo de los edificios que alguien construyó sin saber que serían una carcasa vacía, con ventanas temerosas donde un violín insiste en su última sonata.
En el subsuelo donde el estruendo hace vibrar los huesos y el desconcierto de los dientes. Donde las madres abrazan a sus hijos para salvarlos y caen con ellos en un musgo de oscuridad preñado de gritos y preguntas.
Corre después alguien sobre los escombros, corren los que tenían hijos y amigos y una historia pasada y una historia por venir. Corren y la que fuera vida es un campo lleno de agujeros, quebrado en su derecho de semilla, en sus siglos de cultura, quebrado en todas las simientes. Corre un hombre con su hijo que ya no tiene voz, ni mirada, ni castillo de arena, ni cuaderno caminado de letras. El polvo llena el aire. Cae como ceniza de un gigante candil apagado, como respiración perversa de polvo que hiede a pólvora y a soldados que una vez fueran niños.
¿Quién avanza sobre los escombros de una ciudad? ¿Qué hay dentro de quien se atreve a caminar sobre los huesos de los otros? ¿Qué recibió al crecer el que es capaz de acorralar a un ser humano con las manos en garras, con las manos en armas? ¿Qué países son los que golpean? ¿Qué países son capaces de erguirse sobre las miradas vacías de los niños? Qué triunfo es el que corona a los países que ponen la muerte en la boca del que pide alimento, la muerte en el cuerpo que nació para ser un niño amado, cuidado, acompañado? ¿Quién es el que se suma a una maquinaria de muerte que hace del ser humano el gran depredador, el sádico temido, el ciego burlador?
Crecerán las voces un día, las voces de los niños, distantes de un mandato de muerte. Crecerán las voces de los niños hasta unirse con las voces de los hombres y las mujeres que no olvidamos que la muerte es muerte y hemos de seguir eligiéndonos defensores de la vida, de la vida que venimos a caminar, de la vida que todos, todos merecemos. Una vida con una cotidiana posibilidad de trabajo y de alegría, de arte y de salud, de esperanza y realizaciones, de lugares donde todo sea posible. Cantar y construir, escribir y  silbar y esperar la madurez de los frutos mientras el sol inaugura otra vez el día para cada árbol, para cada cisne. El día para cada espacio de aire donde un niño se decida a dar su primer paso; el paso que hay que cuidar, ese que puede redefinir nuestra dudosa humanidad.

En el vientre rojo de la ciudad
Nicoletta Tomas Caravia*





martes, 21 de mayo de 2013

La luna lleva un silencio.

Leyendo poesía a chicos de una escuela primaria.
Stand de Aique.

¿QUÉ SERÁ?

La luna lleva una sombra
que a veces es claridad,
¿será de un ángel que espera
en las orillas del mar?

Lleva la luna un silencio 
que casi puedo escuchar,
algo como un cantar suave
que acaba y vuelve a empezar.
(…)

Sé que no puede ser hada
la que se ve relumbrar,
porque las hadas no pueden 
en la luna respirar. 
(…)

Pero pasa cual velero
la luna, y no sé quién va
con un pañuelo de sombra
que parece saludar.

viernes, 17 de mayo de 2013

Presentación de "La rama de azúcar"


Con Hermosas ilustraciones de Mónica Weiss y editado por Comunicarte.



Proyección de la tapa. 

En la sala Alfonsina Storni. Habló de él, bellamente, Alicia Salvi. Me acompañaban Lilia Lardone, Ana María Shua y Ricardo Chávez Castañeda.

sábado, 11 de mayo de 2013

Sapos y mariposas, saltos y vuelos en otras lenguas.


"Sana que sana" 


Traducido al coreano 

Traducción Chino tradicional.

"Una mapirisa risa que riza"


Traducido al coreano.
Los esperamos en "Los Destacados de Alija 2012", también nos acompañaran nuestros amigos de Únicanuez este domingo 12 a las 15hs. En la Sala Roberto Arlt.









martes, 30 de abril de 2013

Feria del Libro de Buenos Aires

"La rama de azúcar"


01 de mayo a las 19,30 la Sala Alfonsina Storni. Editorial Comunicarte presenta "La rama de azúcar" de María Cristina Ramos e Ilustrado por Mónica Weiss. 


Lo vi subir lentamente mientras comenzaban a sonar los platillos. Después flotar en el aire, llevando con su danza altísima la cola de la única luz que quedaba encendida.     
Era un dibujo en el aire, como un hombre que piensa que es un cisne o como una sombra de ángel. Parece que algunos trapecistas pueden no pesar nada. Viendo su vuelo no temí, me parecía imposible que alguna vez hubiera podido caerse.
Todos estallamos en aplausos, silbidos y vivas. Entonces descendió, avanzó por la pista, saludó hacia uno y otro lado. Dio unos pasos hacia atrás, y antes de girar para hundirse en el azul besó la punta de sus dedos, extendió el brazo hacia mí, sopló para que me llegara el beso, y se fue.


viernes, 26 de abril de 2013

La luna lleva un silencio


  • Título: La luna lleva un silencio
  • Autor: María Cristina Ramos
  • Ilustrador: Paula Alenda
  • Editorial: Aique/Anaya
  • ISBN: 978-987-06-2057-6
  • Tipo de texto: poesía
  • Primera edición: 2010 (Ed. española, 2009)


"Que en la rama estaba
sentadito el aire,
bajo una sombrilla
de papel flotante.
Camisa de hoja,
pantalón de baile
y una capa fresca
de clavel del aire.
Estaban tan calmas
las sombras de sauce,
que se columpiaban
para no olvidarse
que en la rama estaba
sentadito el aire."

Poemas a la luna y al cielo, a las travesuras del viento y los susurros de la mar. Poesía sobre los avatares de sapos, ratones, cangrejos, ranas, ovejas y arañas, también alguna luciérnaga y un gusanito de seda. Los secretos de las caracolas y el cantar de la calandria y el zorzal. Estos son algunos de los temas abordados en La luna lleva un silencio.
Este libro de poemas en una puerta para que los pequeños lectores se adentren en la musicalidad, el ritmo y la rima invitados por un estilo impecable que complace todos los sentidos. Se trata de una poesía colmada de metáforas, imágenes sensoriales, repeticiones y anáforas. El excelente trabajo con el lenguaje da cuenta de la belleza de las palabras que se despliega en todo su esplendor y significante.
Algunos tópicos pueden parecer recurrentes en la autora pero se trata de su propia búsqueda: su fascinación por los cielos patagónicos, las preguntas sobre la luna que la rodeaban en la infancia y su interés en captar los misterios de la naturaleza. Dice Borges, y cita Ramos en la sección Escribieron y dibujaron, que“hay una hora de la tarde en la que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos, pero es intraducible como una música…”.
Las ilustraciones de Paula Alenda generan, probablemente por su estilo y la técnica elegida, el clima perfecto para sumergirse en estos misterios tan bellamente vestidos. Y es muy  interesante la decisión de dejar que algunas imágenes se traspasen al reverso de la hoja. Se genera así una sutileza acorde con el espacio poético creado y se resignifican los difusos límites que a veces hallamos en la naturaleza, como suele ocurrir entre el mar y el cielo.
Por la calidad de esta obra poética (y lo que me genera a mí como lectora) debería ser un derecho de todos los niños leer o escuchar estos poemas. 



miércoles, 24 de abril de 2013

"El Trasluz"

Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Ediciones SM


Fragmento:

        Tras la cortina blanca, como una espiral en el silencio, se iba levantando la voz de la tía que soñaba.

       El vino volcado sobre el mantel es alegría. Hay que mojarse los dedos y tocar la frente del vecino. Tu frente es suave y tiene dos líneas, dos caminos que tienen sed. Mi frente se marea con el vino, con tu caricia, cerrar los ojos y seguir viéndote tan cerca y el vino que corre y no se acaba. No corras hacia el oeste donde medra la salina, no camines ni vueles que el oeste quiebra los días claros. Vuela el cactus que ha salido a volar, canta el árbol que ha venido a cantar, y la arena hace nido bajo los muebles cuando no estás.
         
            Cuando la tía se levantó encendió el fuego, calentó el ambiente y el agua y se instaló en la sala de costura. No entendía cómo no recordaba esa carta. Exploró frase por frase y línea por línea pero no podía recuperar el momento en que había llegado a sus manos. Ella no podía haberse olvidado de una carta como esta. Sin embargo a veces su memoria era como una naranja, lo que había en un gajo se quedaba allí aislado en el equilibrio de sus propios azúcares y elegía no juntarse con el resto. Por eso tenía miedo de tener encerrado el recuerdo de la carta en un gajo perdido entre fechas de cumpleaños, libros leídos y  otros recuerdos anónimos.






*La autora firmará en el stand el 27 de abril a las 16 hs.

lunes, 22 de abril de 2013

Ejercicio de memoria y homenaje


 Siempre vivir en el interior del país lleva una marca, a veces de regocijo, a veces de carencias, siempre de diferencia. Había que vivir la Argentina de los 70, y había que hacerlo en el interior. Tiempo atravesado de riesgos y desasosiegos, de desarraigos, de imposibilidad de reunirse, de opinar libremente, de muerte a la vuelta de la esquina; tiempo de una Latinoamérica tensada en dictaduras.    
Esto tal vez ayude a imaginar lo que significó el núcleo de trabajo y de contención cultural generado por la presencia del Profesor Nicolás Bratosevich en el taller literario de Gral Roca. Fue un taller soñado, programado y sostenido por un magnífico grupo de personas: Marta Srur, Mirta Pagani, Haydeé Massoni, Conce Roca, Cecilia Boggio, Marta Gorsky, entre otros, quienes pusieron a andar esta posibilidad que se prolongó por varios años y en la que participó gente de distintos puntos de la Patagonia.
La lectura de grandes escritores es siempre el tejido de sostén para atravesar tempestades, porque sabe recordarnos -desde la fecundidad de la palabra- quiénes somos y quiénes podemos ser, desde lo monstruoso hasta lo sublime.
Nicolás Bratosevich fue uno de los iniciadores de los talleres literarios en Argentina y si bien su taller funcionó en Buenos Aires por más de 25 años, contar con su presencia en Patagonia, y por esos años, implicaba un trabajo de maravillosa intensidad y la posibilidad de una formación de gran significado para quienes intentábamos entonces leer y escribir, entreviendo ambas experiencias como un camino de búsqueda personal y de responsabilidad social.
No por casualidad, nuestras lecturas de taller anduvieron por obras de quienes en ese momento se encontraban desaparecidos, como Haroldo Conti y Antonio Di Benedetto. No por casualidad recorrimos con su tutoría teorías lingüísticas y literarias que empezaban a entrar tímidamente en las universidades argentinas: A. J. Greimas, Charles Bally, Roman Jakobson, Tzvetan Todorov, Carl G. Jung, Vladimir Propp, entre otros.
Funcionaba un sábado por mes con distintas propuestas: Taller de escritura, Taller de crítica literaria, Taller de Literatura teatral. Casi todos los integrantes de su taller de producción siguieron dedicados a la escritura; muchos de los que pasaron por otros grupos continuaron trabajando por los espacios de la literatura y de la cultura en general.
La experiencia docente es de una concreción casi invisible, la convocatoria a un armado interior de pensamiento, la invitación a un desempeño generoso de la sensibilidad, una influencia perdurable con la mirada en un colectivo que se sueña y se desea, con la esperanza en una sociedad que nos haga seres más dignos y más felices.
Desde la pena por la reciente muerte de Nicolás Bratosevich, nuestro querido Brato, escribo estas palabras. Quedan sus libros y su enorme y rica influencia en muchos hacedores culturales con los que a veces nos encontramos en congresos, en seminarios, en las pequeñas señas de nuestras acciones y nuestros libros. Queda la memoria de su entrega como docente y la vigencia de sus conceptos, que siguen revelando aristas y rellanos en la lectura de nuestras vidas, en las preguntas viejas y nuevas de lo cotidiano. 




María Cristina Ramos
Neuquén, otoño 2013

mariacristinaramosblog.blogspot.com/

miércoles, 17 de abril de 2013

En un claro del mundo


Amigas y amigos: este viernes 19 a las 19,30 en el MNBA, se realizará la presentación de En un claro del mundo, que no pudimos concretar en noviembre. Habrá lectura y algo de conversación;  y la música, como otras veces, estará a cargo de mi amigo Daniel Sánchez.
Ojalá puedan venir. Los espero.

María Cristina.




martes, 19 de marzo de 2013

A LA SOMBRA DE LOS PARAÍSOS


Fragmento de Cuentos de la buena suerte
María Cristina Ramos
Editorial Ruedamares


www.guiadejardineria.com

En el bosque lluvioso, donde los caracoles andan en caravana y las enredaderas tejen escaleras entre los árboles, viven los sapos dorados. Deambulan en el follaje y saltan entre las hojas en las pocas pausas que deja la lluvia.
Porque allí la lluvia es una dama transparente que vuela sobre las ramas altas para después tocar cada tronco, cada hoja, y cada caracol con sus túnicas de agua de nube. Hasta que se ovilla y se duerme en los brazos del árbol más alto.
Una tarde, mientras la lluvia dormía, una madre sapa depositó a su hijo recién nacido en la cuna de agua de una hoja de dromelia. Era un renacuajo inquieto que chapoteaba con impaciencia de sapo pequeño y, a veces, con mansedumbre de pez. Le gustaba asomarse y saludar a las hormigas labradoras que habían hecho un camino que cruzaba cerca de allí.
— ¡Eh, hormigas! ¿Adonde van con esas sombrillas verdes?
Entre todas había una a la que el renacuajo miraba especialmente.
— ¡Ayayay! ¿Por qué la reina del bosque no me viene a visitar? ¿No me regalaría una sonrisa para usarla de salvavidas? —Y ella entonces empezaba a sonreír desde lejos y seguía sonriendo aún cuando entraba con su carga en la sombra azul de los paraísos. Pero las hormigas no pueden desviarse de la ruta marcada porque pierden el rumbo y no vuelven a encontrar la puerta del hormiguero.
La hormiga esperaba pasar cerca de él para mirarlo y alegrarse. Por eso a veces su marcha perdía velocidad, había tropiezos y pasos en falso, hasta que los gritos de las hormigas mayores quebraban el encanto y las obreras retomaban su ritmo.
— ¡Renacuajo de mala clase! —decía la hormiga Justina—. ¡Atreverse a hablar con una hormiga labradora!
—Es que se han olvidado las buenas costumbres —afirmaba otra —. Tampoco es de buena hormiga mirar hacia otra parte que no sea abajo y adelante. —Y continuaba murmurando con su voz cortante. Ella las dejaba hablar y seguía moviéndose en el aire de su propia alegría.
Antes de salir, recogía una gota de rocío y se miraba en su reflejo limpio. Necesitaba borrar de su cara la sombra nocturna de la cueva, y encontrar¬se con ella misma, para ir después a trabajar.
Una mañana enroscó en una de sus antenas una flor blanca de las que sólo florecen en noches de luna llena. Después fue a ocupar su puesto en la primera expedición del día. Pero ese día y los siguientes, las hormigas tomaron una ruta distinta. Ella cada día cortaba otra pequeña flor para su pelo.
—Voy a llamarte Flor —le dijo el viento, que soplaba sobre la cara¬vana. Ella se escondió tras los pétalos y se fue con una sonrisa de hormiga nueva.
Al cuarto día cortó una flor del aire y tomó su puesto de trabajo. La ruta marcada por las exploradoras pasaba sobre las raíces de las acacias, subía por el tronco caído junto a las dromelias, y llegaba hasta los retamales, que por ese entonces abundaban en hojas tiernas. El camino de regreso era casi el mismo, pero antes de llegar al hormiguero atravesaba un túnel que el agua había trazado bajo el ramaje violento de los aromos silvestres.
Flor se esforzó para que su cuerpo le obedeciera y avanzó con el paso perturbado por la cercanía del renacuajo. Se asomó hacia su casa de agua pero la vio inmóvil, vacía. Nadie para alborotar y para saludarla como antes. Sólo una mancha indiferente de agua.
Sus patitas se quedaron quietas; las antenas, tristes. Su cuerpo, casi una nada que bien podría arrastrar el viento. Se miró hacia adentro y vio, donde las hormigas albergan la chispa de su corazón, un paisaje de flores inmóviles, detenidas en el sueño de antes de nacer.
Pero desde la pena miró hacia arriba y encontró el bosque, ese fuego verde latiendo en cada pedazo del aire. Sintió el crac de la corteza de los tamarindos, el crujido de las semillas en las ramas más altas, el traqueteo de la fila de hormigas, la gallardía de las mayores, llevando contra el viento su carga gigantesca. Vivió con cada pedazo de su cuerpo la belleza de su cielo verde y la música que en él tejían los ruiseñores. Entonces alzó su cabecita y corrió hasta alcanzar su lugar. La hormiga Justina la juzgó de reojo, como siempre, sin entender.
Al renacuajo le había sucedido lo que les sucede a todos los renacuajos a cierta edad: se había convertido en sapo. Tuvo entonces que dejar la protección de su casa de agua y bajar a vivir sobre la tierra.
No era fácil de pronto acostumbrarse a un cuerpo transformado, entenderse con el largo de las propias patas, aprender a saltar. Le costaba encontrar un lugar donde sentirse del todo bien. En ratos de sosiego, el recuerdo del agua lo envolvía en un sopor de nostalgia. Deambuló temeroso y solo; solo y tristón. Le llevó tiempo amigarse con su nuevo cuerpo, pero un día se descubrió cantando. Un canto que fue perdiendo aspereza hasta ser una melodía entrecortada que buscaba su propio eco entre las raíces que sostenían la tierra. Y otro día sintió crecer en su pecho el coraje necesario para aventurarse un poco más allá.
Sin embargo, en las lagunas de sus sueños siempre había una orilla brillante por donde pasaba la hormiga, con sus tranquitos incansables.
Ella mientras tanto escribía mensajes que entregaba a quienes podían encontrarlo: una mariposa nocturna que buscaba la fuente de los colores, un escarabajo arlequín que quería descubrir el instante en que florecen los helechos. Un mosquito cartero, de los que lle¬van sobre su lomo las cartas del bosque.
Y aunque las señas dadas por Flor para encontrar a su amigo respondían al renacuajo que ya no era, el mosquito cartero lo reconoció. Él y no otro podía ser el sapo que pasaba todo el día sin dormir mirando una a una las hormigas que cruzaban por puentes increíbles. Puentes que daban vértigo, siempre más altos que los entrepisos de hojas en los que el sapo esperaba.
El mensaje llegó en una flor azul. Entonces fue más fácil. Sólo buscar la sombra de los paraísos y esperar. Esperar que la lu¬na llena se desarmara en ese cielo de flores azules, y divisar otra vez su figura bajando del árbol más alto y acercándose, con una flor sobre la frente.
Como en todos los encuentros, hubo un instante en el que el aire del mundo se detuvo y un después en el que estaban, muy juntos, entendiendo lo que se decían y lo que no se decían. La hormiga descubriendo con asombro el cuerpo dorado del sapo. El sapo abarcando con su mirada las historias de viajes y cosechas que le contaba la hormiga.
La ausencia de Flor corrió escandalosamente por la colonia de hormigas. Algunas hablaron por curiosidad, otras por necesidad, muchas por envidia. Pero la hormiga Justina sintió que había perdido algo importante. Se había acostumbrado a ese resplandor que latía tan cerca de ella. De todos modos, comentó el suceso con enojo, para no perder la costumbre, ni su fama de hormiga veterana.
Cuando los hombres de ciencia llegaron al bosque lluvioso, decidieron estudiar, entre otras cosas curiosas, la relación entre un sapo dorado y una hormiga labradora. Los fotografiaron y escribieron largamente acerca de los posibles intercambios entre dos especies tan diferentes.
Pero ninguno de los hombres de ciencia había sido renacuajo para saber qué puede realmente suceder entre un sapo y una hormiga. Ninguno de esos hombres se acercó a la verdad, porque el amor suele, por fortuna, estar ausente de esos libros en los que todo tiene explicación.

viernes, 15 de marzo de 2013

De Cuentos del bosque

Cuentos del Bosque


-Sería bueno que esto fuera territorio de pájaros -dijo el cóndor.
-Pero cuando viene el cazador se convierte en tierra de nadie -dijo, con pena, Evaristo.
El cóndor se quedó un rato en la ronda, ala con ala. El ruido de su corazón retumbaba como los pasos de alguien perdido en la tormenta. Estaba quieto y callado como si no fuera el pájaro más grande del mundo, como si no supiera atravesar los cielos inmóviles de la cordillera, como si fuera un pequeño pájaro capaz de comer semillas en la mano de un niño. Después los miró como hermano a uno por uno, saludó y se fue.
Lo vieron subir hasta la cima del aire y sintieron miedo por él. Que la mira del cazador no lo alcanzara, que le respetaran la libertar de planear con la negra medialuna de sus alas, que pudiera sin peligro buscar el Oeste y perderse rumbo a la montaña.


María Cristina Ramos
Ilustraciones Marcela Calderón

jueves, 14 de marzo de 2013

Cuentos del bosque






Evaristo tocaba el acordeón. Vivía entre las ramas más altas del aguaribay en un refugio de hojas sedosas, entre libros de piratas y almohadones de pluma. Una vez cada tres días salía a tomar sol. Entonces se ponía sus anteojos oscuros, sombrero de ala ancha, ahuecaba el plumaje y levantaba la nariz como un valiente. 
De a poco y con mucho entrenamiento, se había vuelto capaz de soportar la luz del día metiéndosele hasta los huesos. Estaba contento de haber aprendido a soportar el azote del sol hasta tres minutos seguidos, sin caer achicharrado y sin chistar. Esto le había acarreado el respeto de sus conocidos, habitantes de la noche, y el temor del bicherío que ni aún de día podía estar a salvo de su vigilancia.



María Cristina Ramos
Marcela Calderón
Editorial Ruedamares.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Rondas del aire

Por las ventanas del aire
volaba mi corazón,
vino volando un jilguero
y en el aire lo cazó,
lo llevó preso de un hilo
que del cielo deshiló,
lo llevó como si fuera
una hojita de ilusión
y en algún cielo de sombra,
solitario lo dejó,
pues ha llegado a mi pecho
agobiado y sin color,
con un trino que recuerda
al de un pájaro cantor.


Nostra Ediciones
México 2009

Ilustraciones de Silvana Ávila.




jueves, 21 de febrero de 2013

Belisario.


Belisario es un gusano violinista que descubrió su amor por la música cuando escuchó cantar a Belinda, su vecina… Pero tendrá que averiguar primero quién se llevó su violín, para volver y acompañarla en su canción.

En “Belisario y los espejos de agua” atravesará distancias en busca de agua dulce, sufrirá cansancio y sed para conseguir una gota de agua. Belinda lo esperará, junto a la cáscara de nuez donde ha juntado un poco de la última lluvia…

Pero en “Belisario y los fantasmas”, otro es el cuento. Sólo un ser muy valiente como él podrá acercarse a la orilla del agua, donde se oyen extrañas voces. Pero entonces, ¿los fantasmas, existen? ¿Belinda no siente miedo?

Es un cuento para leer de la mano de alguien que acompañe a leer hasta el final. 

                                 Foto: Belisario es un gusano violinista que descubrió su amor por la música cuando escuchó cantar a Belinda, su vecina… Pero tendrá que averiguar primero quién se llevó su violín, para volver y acompañarla en su canción.

En “Belisario y los espejos de agua” atravesará distancias en busca de agua dulce, sufrirá cansancio y sed para conseguir una gota de agua. Belinda lo esperará, junto a la cáscara de nuez donde ha juntado un poco de la última lluvia…

Pero en “Belisario y los fantasmas”, otro es el cuento. Sólo un ser muy valiente como él podrá acercarse a la orilla del agua, donde se oyen extrañas voces. Pero entonces, ¿los fantasmas, existen? ¿Belinda no siente miedo?
Es un cuento para leer de la mano de alguien que acompañe a leer hasta el final.

martes, 19 de febrero de 2013

DE GOLONDRINAS Y GORRIONES


(fragmento)

Neuquén, 2012.


Foto: DE GOLONDRINAS Y GORRIONES  (fragmento)

 El lavarropas hacía ronrón y rebosaba de espuma. Mi madre iba y venía llevando agua, del fuego a la galería, al microcosmos del lavado. Ponía azul en el agua para iluminar las sábanas, luego las tendía en cordeles que no terminaban nunca. Laberinto de ropa tendida por donde caminar y buscar el cielo, por donde correr y esquivar el aleteo de la ropa blanca y su frescor en mis manos y en mi cara. 
 Mes de marzo: mes de zapatos nuevos y de libro nuevo. Libro de lectura para tercer grado. Trae varios cuentos; uno largo. Este cuento, este cuento. ¿Me leés? Pedido que se cuelga del delantal y de la orilla blanca de la espuma. Madre que se seca las manos cuidadosamente y se sienta junto a mí en la mesita de la galería. Libro forrado de papel araña azul, para cuidar la tapa, manos cuidadosas para no ajar las hojas, y el subibaja leve de su respiración. En el primer dibujo del cuento la estatua de un príncipe y una golondrina. En el cielo del cuento es invierno, la golondrina ayuda a cumplir los deseos. Ventanas con poca luz donde cose una costurera, ventana donde una niña yace enferma, ventanas y ventanas donde la gente tiene la mirada de un príncipe y el vuelo de una golondrina. La voz de mi madre también es un vuelo piadoso sobre la mañana fría, sobre el horizonte de la espuma, sobre los años duros de su propia infancia. En la imagen final la golondrina yace sobre un manto dorado. La voz de ella tiene un brillo de callada lágrima, de lágrima sonreída, de esforzados días de mujer que trabaja fuera y dentro de la casa. Mujer que ronda con los ojos atentos los cuadernos. Sus hijos van a la escuela. Una escuela en la que ella sólo dio tres pasos. Mirada tutelar de una madre para acompañar las tareas que a veces desconciertan. Por qué el gorrión es dañino, pregunta la maestra de cuarto grado. Nadie atina a responder, ni el hermano mayor, ni los tíos mecánicos, ni el padre peluquero, ni la amiga bibliotecaria. Mi madre arriesga y yo escribo: Porque no hay quien los provea de alimento. Mi madre usa la palabra proveer, mi madre casi sin escuela piensa en las razones primeras, ¿quién puede ser dañino por propia voluntad? Intenta con su razonamiento sacarme de la soledad de una tarea. La maestra corrige diciendo una frase con voz de fastidio, y anotándola sobre mi fallida respuesta: El gorrión es dañino ¡porque destruye los sembrados! La maestra corrige sin proveer y los sembrados de mi cuaderno quedan avergonzados, y la madre piensa por qué no pudo seguir la escuela para ayudar mejor. Corre un viento confundido que mueve la bandera y sigue en busca del laberinto de sábanas tendidas del patio de mi casa. Huye el gorrión en busca de una golondrina. 


María Cristina Ramos
Neuquén, 2012.
El lavarropas hacía ronrón y rebosaba de espuma. Mi madre iba y venía llevando agua, del fuego a la galería, al microcosmos del lavado. Ponía azul en el agua para iluminar las sábanas, luego las tendía en cordeles que no terminaban nunca. Laberinto de ropa tendida por donde caminar y buscar el cielo, por donde correr y esquivar el aleteo de la ropa blanca y su frescor en mis manos y en mi cara. 
Mes de marzo: mes de zapatos nuevos y de libro nuevo. Libro de lectura para tercer grado. Trae varios cuentos; uno largo. Este cuento, este cuento. ¿Me leés? Pedido que se cuelga del delantal y de la orilla blanca de la espuma. Madre que se seca las manos cuidadosamente y se sienta junto a mí en la mesita de la galería. Libro forrado de papel araña azul, para cuidar la tapa, manos cuidadosas para no ajar las hojas, y el subibaja leve de su respiración. En el primer dibujo del cuento la estatua de un príncipe y una golondrina. En el cielo del cuento es invierno, la golondrina ayuda a cumplir los deseos. Ventanas con poca luz donde cose una costurera, ventana donde una niña yace enferma, ventanas y ventanas donde la gente tiene la mirada de un príncipe y el vuelo de una golondrina. La voz de mi madre también es un vuelo piadoso sobre la mañana fría, sobre el horizonte de la espuma, sobre los años duros de su propia infancia. En la imagen final la golondrina yace sobre un manto dorado. La voz de ella tiene un brillo de callada lágrima, de lágrima sonreída, de esforzados días de mujer que trabaja fuera y dentro de la casa. Mujer que ronda con los ojos atentos los cuadernos. Sus hijos van a la escuela. Una escuela en la que ella sólo dio tres pasos. Mirada tutelar de una madre para acompañar las tareas que a veces desconciertan. Por qué el gorrión es dañino, pregunta la maestra de cuarto grado. Nadie atina a responder, ni el hermano mayor, ni los tíos mecánicos, ni el padre peluquero, ni la amiga bibliotecaria. Mi madre arriesga y yo escribo: Porque no hay quien los provea de alimento. Mi madre usa la palabra proveer, mi madre casi sin escuela piensa en las razones primeras, ¿quién puede ser dañino por propia voluntad? Intenta con su razonamiento sacarme de la soledad de una tarea. La maestra corrige diciendo una frase con voz de fastidio, y anotándola sobre mi fallida respuesta: El gorrión es dañino ¡porque destruye los sembrados! La maestra corrige sin proveer y los sembrados de mi cuaderno quedan avergonzados, y la madre piensa por qué no pudo seguir la escuela para ayudar mejor. Corre un viento confundido que mueve la bandera y sigue en busca del laberinto de sábanas tendidas del patio de mi casa. Huye el gorrión en busca de una golondrina. 



lunes, 11 de febrero de 2013

ESTADOS DE LA MATERIA


La niña abre una pequeña caja de lata. La luz en el metal es una patinadora que la hechiza. Un jabón con fragancia de rosas se suelta de su nido y nada por el aire. Es jabón y es pez. Es hoja que busca el bosque donde nace el viento.
En la serenidad del patio, en el reparo interior, suenan de algarabía los pasitos. La caja siente que alguien la consagra y se sueña algo volátil, algo que migra hacia la luna creciente. 



La secreta sílaba del beso
Editorial Ruedamares


Foto: ESTADOS DE LA MATERIA

La niña abre una pequeña caja de lata. La luz en el metal es una patinadora que la hechiza. Un jabón con fragancia de rosas se suelta de su nido y nada por el aire. Es jabón y es pez. Es hoja que busca el bosque donde nace el viento.
En la serenidad del patio, en el reparo interior, suenan de algarabía los pasitos. La caja siente que alguien la consagra y se sueña algo volátil, algo que migra hacia la luna creciente.  


         
María Cristina Ramos
De La secreta sílaba del beso
Editorial Ruedamares