viernes, 6 de diciembre de 2013

LA CIUDAD HUNDIDA

Con carga de antigua leña 
pasa el joven leñador, 
carro de niebla sin sombra,
niebla mojada de sol.

Recorre extraño camino,
piedra y agua, nieve y flor,
con un canto que se lleva
las llamitas de su voz .

Las ventanas están todas
como a medio despertar,
pero hay una en que lo espera
la dueña de su cantar.

Pero en el agua, en el agua,
bajo el aire de cristal.

Han sonado las campanas
con un son de manantial,
si vende toda la carga
ganará su descansar.

Novia imposible lo espera,
pensando en él tejerá,
con la danza de sus dedos
un camino en el telar.

Pero en el agua, en el agua,
bajo el aire de cristal.

Si el oleaje trae misterio
esa noche la verá,
pero tal vez todo sea
silencio y serenidad.

Ya poca leña le queda
dos puñaditos, quizás,
pero el aire sigue inmóvil
y perdida la ciudad.

Ayer la vio y era suya
la gracia de su mirar.
Ella bordaba un pañuelo,
labor de su soledad.

Pero en el agua, en el agua,
bajo el aire de cristal.

Dicen que no es de este mundo
la ciudad, vieja ciudad.
Está anclada en otro siglo,
nadie la puede habitar.

Pero él sabe que lo esperan
ojos de hondura sin par,
y si el misterio florece
en sus calles entrará.

Se queda a orillas del agua
y se alarga su esperar,
y se duerme junto al carro,
abrigado en su soñar.

Mientras tanto sobre el agua
resplandece la ciudad,
es visible, es invisible,
burbuja de irrealidad.

Por sus calles alguien viene;
es joven su caminar.
Halla al leñador dormido
y lo deja descansar.

En su frente posa un beso
leve cual la levedad
con que sus pasos dejaran
la orilla de la ciudad.

Duran poco los reflejos,
brizna de su eternidad,
y la ciudad se deshace
en un soplo de verdad.

Cuando el leñador despierta
descubre, para su mal,
un pañuelo de ala blanca
bordado de soledad.

Ella seguirá esperando,
él buscando seguirá,
pero amor que es de otro mundo
es difícil de alcanzar.

María Cristina Ramos
Desierto de mar y otros poemas


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