Los óvalos habían salido a deambular por la llanura. Iban rodando, por eso se los veía subir y bajar, como quien cabalga. Los círculos habían decidido girar fijos en un punto como monedas en manos juguetonas. Tres rectas dudaban, se cruzaban y descruzaban, formaban un triángulo -figura difícil- y luego se abrían cada cual por su lado. Dos paralelas trazaron un puente; debajo, muchas líneas corrían enmadejándose, otras se rompían en las aristas de las piedras. Luego todo fue peinado por el viento y terminó perdiéndose, en un punto lejano.
De Cae la nieve
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